Era una noche lluviosa y una densa cortina de agua se extendía en las calles. En la oscuridad de un callejón una figura avanza silenciosa, oculta, cargando un pequeño bulto que sujeta con firmeza contra su menudo cuerpo.
Súbitamente un relámpago iluminó el cielo y durante un segundo todo es blanco, como un fulgor vertiginoso e incandescente.
Ella mira al cielo aterrorizada y sigue corriendo. Está cansada y se siente caer a cada nuevo paso que da. Nunca se había sentido tan sola en toda su vida. Es joven, demasiado joven…, pero su alma es vieja, demasiado vieja y el dolor no suele perdonar ciertas doctrinas y abusos.
Otro rayo vuelve a cruzar el cielo. La lluvia se ha transformado ya en tormenta, en una tormenta primigénia y la gente donde quiera que esté se sobresalta con cada latigazo de luz.
Un escalofrio se extiende por la médula de la chica mientras camina por las calles y empieza a sentir angustiada que algo la persigue agitándose a su alrededor, intangible, inmaterial, irreal baila el ente entre la lluvia y el viento. Le susurra, le habla, la domina. -¿A caso la culpa por fín había cobrado forma? - pensó con súbito remordimiento.
Corrió entre las calles con su fardo hasta llegar a a otro callejón de aquel laberinto del almas asfaltadas que los bienintencionados se atrevían a llamar ciudad. A duras penas podía ver con el agua corriendo por su cara. Sus lágrimas se mezclaban así aterradoras y confusas, su rostro figuraba una máscara marchita estática en una mueca agónica.
Con ponzoñosa cautela se dirigió hacia un mugriento contenedor. Tenía tanta agua como desperdicios, parecía un pozo mugriento que amenazaba con engullirla y devorarla por toda la eternidad. Con tembloroso pulso dejó el fardo en el suelo, el agua casi lo cubría y parecía como si de un momento a otro fuese a ser arrastrado por la corriente. Casi como si de un espasmo se tratase se quitó su vieja chaqueta de chándal sus pantalones gastados y se descalzó. Desnuda la lluvia la empapaba con la luz de los relámpagos como telón de fondo. Temía quemarse con su luz.
Durante un breve suspiro se sintió segura y reconfortada descalza en la lluvia, pero tan pronto como le sobrevino esa sensación se marchó..., y se apoderó de ella otra bien diferente. Esta le hizo, llorar, gritar… maldecir.
Después de aferrarlo por última vez contra su pecho, durante un lánguido segundo, envolvió con su vieja chaqueta el pequeño bulto, y con triste firmeza lo arrojó dentro del contenedor . Acto seguido giró sobre sus talones y avanzó por el callejón. La tormenta parecía estar ahora justo encima suyo, siguiendo sus pasos dondequiera que fuese.
Los susurros, cada vez más claros, parecían gritos guturales producidos por mil gargantas en una sinfonía aterradora que iba in crescendo girando a su alrededor...en la lluvia, en el viento... componiendo la partitura de un concierto del horror. Pero cada susurro era contestado en contraposición por un trueno y otro, marcando el tempo de aquella sinfonía apocalíptica.
Nadie escucharía el llanto del bebé entre los sonidos de la batalla.
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